19 noviembre 2006

Literatura - 300 (II)

El hecho histórico real al que se refiere 300, con mucha fidelidad, ocurrió del 7 al 11 de Agosto del año 480 antes de nuestra era; en una zona de Grecia dificilmente reconocible hoy día debido a la erosión.

Localización de las Termópilas en Google Earth

Aunque la referencia original es Herodoto, historiador de la antigüedad, los expertos han revisado exhautivamente su relato, atribuyéndole ciertas exageraciones, propias de los ganadores, aunque sin restar valor a la épica batalla, que presenta unos datos y circunstancias que la hacen legendaria.

La Batalla de las Termópilas

Tras la derrota de Darío I de Persia en su intento de conquistar la Hélade, finalizado de forma humillante en la Batalla de Maratón (490 a.E.), cuando los persas tuvieron que huir asustados a sus naves nada más desembarcar, su hijo Jerjes I se propuso reemprender el proyecto de su padre.
El imperio persa, bajo el mando de los dos gobernantes, reunía más de cien naciones conformando el ejército más grande jamás visto, que "secaba los ríos, agotaba las cosechas y hacía temblar el suelo a su paso".

Jerjes envió a sus emisarios a Grecia buscando la sumisión del mayor número posible de ciudades, usando la fórmula tradicional de exigir tierra y agua, con lo que consiguió muchos hombres conocedores de la zona que incorporar a la tropa invasora, reduciendo a su vez el poder defensivo de la Hélade.
A pesar del miedo que inspiraban los persas las ciudades más importantes, como Atenas, se negaron a someterse a aquellos a los que años atrás habían derrotado.
Los más explícitos fueron los espartanos que, tras escuchar la exigencia de tierra y agua, arrojaron a los mensajeros a un pozo.

Ahí tenéis toda la tierra y agua que queráis.

Después de cuatro años de preparación, en 481 antes de nuestra Era se inició la Segunda Guerra Médica.
El plan del emperador era movilizar a su populosa infantería por tierra, atravesando el Helesponto con un puente hecho de barcos, y aprovechar la fuerza naval para la logística y aprovisionamiento de un contigente tan enorme, estimado hoy día entre 250.000 y 400.000 hombres.
Los griegos se reunieron en Corinto para decidir cómo actuar ante la amenaza, enviando al encuentro de los persas un gran contigente al Valle de Tempe, a los que Jerjes evitó gracias a sus exploradores. Fue el momento en el que los helenos pensaron en las Termópilas.

El paso de las Puertas Calientes consistía en tres estrechos desfiladeros, con el mar al este y una montaña al oeste, tales que por el más ancho, estimado en 14 metros, apenas podían pasar dos carros. La historia antigua justifica que se enviara una pequeña fuerza para contener a los persas debido a fiestas religiosas, la Carneia, aunque en realidad un contigente reducido se ajustaba a la estrategia de defender un paso tan estrecho, dónde la superioridad numérica era algo inútil.
Sin embargo el riesgo era elevado, y se daba por hecho que sólo sería cuestión de tiempo que Jerjes lo atravesara; la mejor opción era pedir a Esparta que se encargase de las Termópilas y confiar en que la presencia del imponente Leónidas derrumbara la moral del ejército persa. Pero un guerrero como Leónidas sabía que se dirigía a la muerte, por lo que eligió a hombres de los que no dependiera una familia y se despidió de su mujer como un digno espartano:

Cásate con un buen hombre y ten muchos hijos.

Trescientos hoplitas espartanos, infantería pesada armada con lanzas, a la cabeza de siete mil griegos, construyeron defensas rudimentarias en el paso y se prepararon para recibir a una fuerza que los sobrepasaba ampliamente en número, con guerreros legendarios, los temidos Inmortales, y expertos arqueros, a los que los espartanos consideraban cobardes que evitaban enfrentarse a su enemigo. De hecho la moral de los hoplitas estaba muy alta, y cuando escucharon que las flechas de los persas, poco efectivas contra su armadura, cubrirían el Sol y no dejarían ver el cielo, un soldado llamado Dienekes exclamó:

Mucho mejor, lucharemos a la sombra.

Cuando Jerjes estuvo frente a las Termópilas, en Agosto de 480 a.E., sus exploradores le informaron de la fuerza que lo esperaba, y del comportamiento extraño de algunos de ellos, que se peinaban y perfumaban; cuando acudió a sus consejeros quedó asombrado con la explicación: esos hombres eran espartanos, tan dispuestos a luchar hasta el final que se preparaban para dejar un hermoso cadaver.
El emperador persa, impresionado, ofreció a Leónidas el trono de Grecia si se unía a él en su campaña; cuando el rey de Esparta mostró su rechazo Jerjes exigió en tono amenazador que entregaran sus armas y la contestación de Leónidas, histórica, significó el inicio de la batalla:

Μολών Λαβέ / Ven a por ellas

Tras cinco días acampado, soportando la insolencia de la diminuta fuerza griega, el 7 de Agosto el emperador persa ordenó el ataque, una primera oleada similar en número a los defensores, en la que hizo participar a los veteranos de la Batalla de Maratón y familiares de los caídos en la Primera Guerra Médica, sedientos de venganza, buscando una rápida victoria. En realidad lo que encontró, para su pesar, fue el plan perfecto de los griegos, que aplastó a sus hombres.
Los hoplitas, en la
vanguardia del ejército heleno, formaban en falange ocupando todo el ancho de las Termópilas, protegidos por su armadura pesada y su escudo, que cubría el cuerpo su portador y el de su compañero, lo que los convertía en un muro humano impenetrable; y armados con lanzas largas, desplegadas como un bosque afilado, que hacían inútiles las armas cortas de los persas.

La estrategia de Leónidas era tan sencilla cómo efectiva, aunque sólo podía llevarse a cabo correctamente gracias a la disciplina y entrenamiento de los espartanos. Los hoplitas atacaban sin abandonar la formación, empujando a lo largo del paso a los invasores, replegándose hacia las defensas al alcanzar el límite, para realizar un rápido contraataque y dirigirse de nuevo hacia el exterior del desfiladero, empujando a nuevas víctimas persas; en las breves retiradas la primera línea rotaba, permitiendo descansar a los que sufrían más desgaste y situando en vanguardia tropas frescas.
Jerjes descubrió que gracias al inteligente provecho que sacaba Leónidas al relieve de las Termópilas su superioridad numérica era inútil, ya que la propia Grecia cubría los flancos y la retaguardia de la tropa nativa. Asimismo quedó patente la diferencia entre los guerreros espartanos, nacidos para el combate, y el ejército persa, reclutado forzosamente entre naciones sometidas y que recibía órdenes a golpe de látigo, siendo obligado a luchar.
El rey de Esparta arengaba a los griegos, eufóricos al acabar el primer día con muy pocas bajas:

Jerjes tiene muchos hombres, pero ningún soldado.

El segundo día el emperador persa desplegó toda la potencia militar que poseía y así, tras lanzar a cincuenta mil guerreros contra los griegos y verlos caer frente a un enemigo al que superaban siete a uno, decidió movilizar a los Inmortales.
El cuerpo de élite del ejército medo, los Inmortales, creado y liderado por Hidartes, lo formaban 10.000 soldados, infantería pesada entrenada en combate cuerpo a cuerpo y a distancia; iban equipados con armadura ligera y escudo, tocados con una tiara, y armados con picas contrapesadas, espadas cortas y arco. Debido a la disciplina a la que eran sometidos, que obligaba a reemplazar a un soldado cuando no era apto como el combate, manteniendo siempre su número, con la exigencia de que todos sus miembros fueran persas, los hizo recibir la denominación de Athanatoi por parte de los griegos, con la que pasarían a la Historia.
Los Inmortales eran, de alguna forma, el equivalente de los espartanos, y su sola presencia infundía temor tanto a enemigos como a aliados; la táctica en la que estaban especializados, consistente en una carga de las unidades centrales mientras los flancos aseteaban al objetivo, parecía adaptarse muy bien a la situación de las Termópilas.

El choque entre los espartanos y los Inmortales fue el más brutal de toda la batalla, en el que los lacedemonios se emplearon a fondo. Las flechas de los Athanatoi se revelaron tan ineficaces como las del resto de persas, mientras que la carga fue un fracaso debido al poder militar de Esparta; los hombres de Leónidas pelearon hasta el límite de sus fuerzas, renunciando al refresco y los relevos, luchando por puro placer, como fanáticos, por aplastar a un enemigo a su altura.
La derrota de los Inmortales fue un golpe tremendo para los planes de invasión persa. Al final del segundo día las tropas de tierras sometidas empezaron a temer más a la lanza de Leónidas que al látigo de Jerjes.
Todo parecía perdido para el emperador persa, bloqueado por unos pocos hombres que, con un pequeño refuerzo, podrían mantenerlo inmovilizado el tiempo que quisieran, hasta que la moral de su ejército se desplomara. En ese punto crítico apareció Efialtes, un pastor de la zona, que ofreció a Jerjes una ayuda inesperada, revelando una ruta a través de las Termópilas apenas defendida.

Hidartes se dirigió con los Inmortales hacia hacia el otro lado del paso, haciendo huir a los guardianes del sendero. Al final de la jornada los griegos estaban rodeados, y permanecer en las Termópilas supondría una muerte segura, por lo que se reunieron en consejo.
Leónidas permitió la retirada del ejército heleno, aunque advirtiendo de la decisión de los espartanos, soldados profesionales, de permanecer hasta el final, según su ley; para sorpresa de todos los tespios, setecientos hombres con el príncipe Demófilo a la cabeza, decidieron quedarse con los lacedemonios que, admirados de su valor, los declararon aliados para la eternidad. Al amanecer del cuarto día mil guerreros, liderados por el rey de Esparta, se preparaban para afrontar su última batalla.
Leónidas despertaba su ferocidad, recórdándoles que iban a morir en ese combate.

Tomad un buen desayuno, porque hoy no habrá cena.

Y de nuevo Jerjes fue sorprendido, puesto que los griegos abandonaron el paso y fue Leónidas, y no las trompetas medas, el que dió la orden de ataque.
Los hoplitas combatieron de la manera más salvaje que pudieron, llevándose muchos persas con ellos. Ni siquiera la muerte de Leónidas los detuvo; por el contrario avivó su ira, provocando una lucha encarnizada por recuperar su cuerpo. Cuando las lanzas espartanas se quebraron, usaron sus espadas, y cuando éstas se rompieron pelearon hasta el agotamiento con sus propias manos.
Al caer, finalmente, el último hoplita de Esparta, el emperador persa ordenó profanar los cadáveres, buscando recuperar el ánimo de la tropa tras la batalla, aunque lo cierto es que la moral de los persas había muerto en las Termópilas: frente a las bajas griegas, casi únicamente las de la confrontación final, 20.000 invasores habían caído en el estrecho paso, entre ellos los temidos Inmortales.
Antes de avanzar Jerjes preguntó a sus consejeros si podían existir hombres más bravos que aquellos, si al vencerlos habían matado a los mejores de entre los griegos; cuando le contestaron que 10.000 guerreros tan valientes y fuertes como aquellos trescientos que yacían ante él lo esperaban en Esparta, deseosos de vengarse, supo que había sido derrotado.

Sorprendentemente, pese a las Termópilas y el desastre naval de Salamis, dónde los barcos persas sucumbieron ante la armada ateniense, el poderoso ejército de Jerjes avanzó por la Hélade y llegó a saquear Atenas. Esto, sin embargo formaba parte del plan griego, que ordenó el abandono la ciudad para enfrentarse a los invasores en la llanura de Platea, dónde fueron finalmente derrotados.
Leónidas y los trescientos hoplitas perdieron sus vidas, ganaron la guerra y conquistaron gloria inmortal.

Personalmente debo decir que 300 es la mejor novela gráfica que he leído; quizá haya mejores dibujantes, o personajes y tramas más interesantes, pero la concepción de Frank Miller es magistral.
300 hace vibrar, es emocionante y apasionante, además de transmitir grandes enseñanzas a aquellos, que como yo, no conocieran la historia antes de leer la obra. Porque si hay algo sobrecogedor, cuando se detiene su lectura, por lo impresionante algunos pasajes, es que ocurrió realmente, con hombres vivos que hoy son figuras históricas; pensar que alguna vez existieron personas tan valientes y esforzadas, capaces de sacrificarse porque era su deber.
Al llegar al final se desea que los hoplitas no mueran, que Leónidas esquive su destino, aunque al acabar la lectura se descubre que no podía ser de otra forma, que es lo que debía ocurrir, dónde reside la épica, la grandeza, porque si existe algo increíble, distinto, que hace única esta historia que cuenta 300 es el hecho de que una muerte, una aparente derrota, en realidad suponga una enorme victoria; no sólo porque el plan persa finalmente fracasó, o porque nadie se acuerde ahora de Jerjes, más allá de ser el enemigo en las Termópilas.
Leónidas I y sus trescientos hoplitas de Esparta vencieron a la muerte.

En el lugar de la batalla, en lo que fueron las Puertas Calientes, figura una inscripción que recuerda la hazaña legendaria que alí se vivió, el epigrama de Simonides.



Ὦ ξεῖν’, ἀγγέλλειν Λακεδαιμονίοις ὅτι τῇδε κείμεθα, τοῖς κείνων ῥήμασι πειθόμενοι
Viajero, ve y dí a los Lacedemonios que obedeciendo sus leyes aquí yacemos

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes razón, has hecho un buen trabajo. Y en el post anterior no me refería a q fuese un comic, pero como hablabas de otro q era algo de Sin City o algo así, por eso lo decía.
Claro q me ha superado ya el encontrarme hasta griego. Tú eres el google o q???
Saludos.

David dijo...

Bueno, ahora preparan una versión en cine de 300, como hicieron con Sin City, también de Frank Miller.

Si la tratan igual de bien será una gran película; porque si Sin City resultó original en la estética, la adaptación de 300 respetando el cómic, puede ser impactante por el color.
Sin City impresionaba por el blanco y negro, el salto puede ser arriegado ... guardo un buen recuerdo de la película, quizá por Robert Rodríguez, por Benicio o por la excelente compañía de una gran tarde.

kronosXXI dijo...

buenisimo el post (me ha gusto mucho más que el anterior), empeze a leerlo el otro día en el trabajo, me dí cuenta que había que leerlo con la calma que se merecía, y no me equivoqué.