09 abril 2010

Música - My Funny Valentine

Podría haber sido cualquier otra canción. Podría haber sido cualquier otro álbum. Podría haber sido cualquier otro artista.
Lo inevitable, desde el principio resultaba diáfano, era el estilo: jazz.

Una forma de arte completamente revolucionaria, una concepción creativa genuina del siglo XX - dónde nació y creció acompañada de sus maestros - esta explosión de imaginación vino marcada y marcó a su vez una época de enorme creatividad, en la que las puertas de la percepción estaban abiertas.
El jazz ha demostrado tener una relación tangencial con la música, aún considerándolo como un género dentro de ésta, por lo innovador de su planteamiento, especialmente en lo relacionado a la recreación de las melodías, los modos y la efectividad de diversos grados de improvisación: la composición es racional, la interpretación emocional y la escucha es fundamentalmente cerebral, pero identificando el ritmo con pies o manos. Y desde su punto de partida los distintos estilos siempre han llevado al jazz un poco más allá de sí mismo.

Chet Baker cumplía con el estereotipo del miembro perfecto de la Generación Beat - culto, atractivo, dotado de un enorme talento y curiosidad pero con un tormentoso presente - lo que le convertía en una rara avis en cualquier otro contexto. Nacido en Oklahoma, en la América profunda, se enroló en el Ejército, dónde sentó sus bases musicales y conoció Europa, antes de asentarse en la Costa Oeste.
Reconocido precisamente como una de las grandes figuras del West Coast Jazz - variante del Cool, más tranquila y pendiente de la composición - hay dos características que hacen de Baker alguien distinto en el de por sí extraño panteón del jazz: era blanco y, siendo un gran trompetista, se atrevió a cantar.


La vida de Chet quedó marcada inevitablemente por la droga, como ocurrió con casi todos sus contemporáneos, si bien con él se cebó especialmente en el aspecto físico, con un estremecedor deterioro en su cara que le envejeció de golpe. E incluso fue un paso más allá, puesto que una pelea callejera le costó algunos dientes, lo que le obligo a reeducarse con la trompeta, adoptando una nueva embocadura que, junto a sus arrugas, añadía una terrible melancolía a su interpretación. Desgraciadamente lo que arruinó la vida de muchos maestros del jazz los hizo aún más grandes.
Chet Baker murió en 1988, de forma accidental, a los 58 años.

Pocos meses antes de su fallecimiento, ofreció una actuación televisada en Tokyo que formaba parte de una gira. El precozmente envejecido Baker dió un fantástico recital en el que brillaron temas como Almost Blue, una revisión del original de su admirador Elvis Costello.
El material cristalizó en Chet Baker in Tokyo, un álbum enorme que apenas cinco canciones consagran como el mejor de su carrera, gracias a su voz rota y a la trompeta más viva que jamás fue capaz de tocar.

Dentro del concierto destaca la elegida, que cierra el álbum: My Funny Valentine. Contando con uno de los mejores solos de trompeta, la grandeza de esta versión está en la intensidad dramática aportada a esta melodía - un estándar de jazz - por la garganta del artista, increíblemente la misma de la que procede el alegre y despierto sonido del metal.
Originalmente compuesta por Richard Rodgers en 1937, y regrabada por titanes como Frank Sinatra o el mismísimo Miles Davis, el profeta, la versión de Baker puede ser considerada sin duda el mejor acercamiento a este 'valentine' - que en la cultura anglosajona es tanto el detalle con el que se expresa afecto el Día de San Valentín, como el que lo da o recibe.

My funny valentine
Sweet comic valentine
You make me smile with my heart
Your looks are laughable,
Unphotographable
Yet you're my facourite work of art

Is your figure less than greek?
Is your mouth a little weak?
When you open it to speak,
Are you smart?

But don't change a hair for me
Not if you care for me
Stay little valentine, stay
Each day is Valentine's Day



Que esta fuera la entrada pendiente de El Anaconda, el cierre - si bien las crónicas siguen vivas en una nueva etapa a través de
Buzz - puede quedar justificado por la metáfora que supone el 'canto de cisne' de Chet Baker, buscando un conmovedor final. Pero no es ésta la causa.

A lo largo de tres años muchas de estas entradas han ido dedicadas a personas que lo merecían, cualquiera que fuera la asociación de ideas entre el tema y los habitantes de mi Universo personal. Todos estos agradecimientos han ido consolidando una enorme deuda con un ser excepcional que es alguien muy importante para mí.
Ha llegado el momento.

Cristina, eres la persona más culta e inteligente que conozco, y con seguridad lo serás para prácticamente todo el que trate contigo; pero entre todas tus virtudes,
siempre ha sido la más importante para mí tu insuperable simpatía, un aspecto llamativo en el que nadie en el mundo puede rivalizarte - y que es lo que hace que desde hace tantos años seas mi amiga.
Y precisamente por serlo, brindando porque el Destino nos permitió conocernos en esta vida -siempre es inevitable-, quiero agradecer ante todos, en un día muy especial, esa pícara sonrisa malévola que siempre me ha acompañado. Siempre ahí, presente sin estarlo, lejos y muy cerca; dulce, guapa, ilustrada, con una tierna corteza para un interior frío y un poco romántico, siendo tú no se puede pedir mucho más al Destino; lo que no sabes es que conociéndote tampoco.
Eres enorme, pequeña.

Espero haberme superado invitándote a compartir estos minutos de
delicioso jazz conmigo, esta poesía no escrita capaz de iluminar el mundo cotidiano ... una gracia que sólo poseen personas muy especiales.
Gracias por todo, para siempre, prima.